lunes, 28 de noviembre de 2011

Cuento


Cuanto se puede
quiero saber,
quien tiene menos para comer
y te combido
y pido que no tengas sed
la emoción me nace,
crece y te quiero ver...


puede que te quiera secuestrar
y después te vaya a torturar
no se....
pero solo quiero contemplar
cuantas de tus pecas
puedo yo entender
por que ya no puedo esperar
quiero que te vengas
a tomar un té...
y entre todo este bienestar
me acuerdo ya despegue los pies

me encimó, afinó, terminó y descubró que...
el cuento, que cuentó
no siento que quiera ser...
y el humo, consumo,
que imagine...
enciendo y entiendo
que no te conosco bien
puede que te quiera secuestrar
y después te vaya a torturar
no se....
pero solo quiero contemplar
cuantas de tus pecas
puedo yo entender
por que ya no puedo esperar,
quiero que te vengas
a tomar café...

y entre todo este bienestar
me acuerdo que ya despegue los pies

Ximena Sariñana

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cuarta Canción para Marisa

La mujer que yo amo tiene la belleza exacta y el corazón en su sitio. 

Es implacable en su ternura, luminosa como una fe intacta, contundente en sus deseos de vivir hasta que la vida sea vida, y un poco más. La admiro por su condición de reina que abdica al trono de la existencia resuelta, a cambio de eso que llaman amor, y otros, el incierto camino al lado de un vagabundo de mi calaña. Es linda por derecho propio. No necesita adjetivos como excepcional o única: se los merece. Su sonrisa, cuando es para el mundo inabarcable, ilumina; cuando es para mí, desarma mis defensas y me coloca en un sitio privilegiado en el universo. Soy inmortal, entonces, y tocado por los dioses, afortunado como quien sobrevive al holocausto de la vida cotidiana y al tufo de muerte que nos persigue desde la cuna.

Es el júbilo y el duelo de la sangre enamorada. Una palabra suya, un latido, una mirada clara o incierta, y desata en mí el huracán de las alegrías inmensas o el malebolge de la perdición en mi soledad de hombre. Es mujer, al fin y al cabo, y sucede que la idolatro pero a veces en mi pequeñez de mortal azotado por una existencia jamás pedida, no la entiendo. Así, cuando desciende a su tiranía de milagro convertida en hembra, sus flechas duelen, se me figura fugitiva, sus muros son altos, contemplo mi suerte echada al capricho de aquello que sucede en la cocina de las féminas cuando las asalta la química, el qué dirán o el maleficio castigador del sólo mis chicharrones truenan. He sentido las ruinas en que puede convertirme, la esperanza convertida en guiñapo, la cercanía de lo terrible y sin rumbo. He vertido, por su amor, uno que otro llanto de niño, algunos aullidos de loco y alguna incoherencia más al epitafio de mi tumba vacía.

En momentos así he escrito versos que no muestro a las rosas para que no se marchiten.
La mujer que yo amo es real. La vida la alcanza a ratos y la hiere en su cielo de bondades y sonrisas. No hay justicia en el mundo: tanta bienhechora belleza, tanto brillo destacado de su alma, y no faltan los dardos emponzoñados en forma de cuervos, nanas y cebollas, alardes de derrotados, el colosal tráfico de la estupidez humana. Yo mismo, en mi caos y en mi soberbia, he dejado marcas y ecos de patán y temible filibustero. Soy hombre, al fin y al cabo, y hago guerras y cometo errores. Me enojo, gesticulo, arremeto contra lo que no entiendo, camino por la cuerda floja del sendero oscuro y sin regreso. La he visto llorar, por mí, por un cachorro herido, por los pobres más pobres, y por la vida que es vida y porque es vida duele.

En momentos así ella triunfa, y, como es mejor que yo, junta sus propias rosas con mis versos y les habla de amor, para que florezcan.

Es la mujer de mi vida, la mujer en mi vida. Existe en la tierra como el sabor de la fruta que me gusta, como el inmenso mar de mis aventuras de joven, como una alegría inesperada, como una caricia de madre. Es el arma con que me bato a duelo con los diversos adjetivos de lo aburrido y lo cotidiano.

Quiero permanecer con ella siempre, hasta el fin de los suspiros, hasta el último de los misterios.

Mauricio Carrera

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pensamientos frente a un restaurante

Intento y es difícil escribir en una de las ultimas hojas de este cuaderno mientras viajo entre calles inmersas de un ruido infernal a bordo de uno de tantos autobuses de color similar al gris cielo.

Posiblemente el único objetivo que debe de cumplir esta tinta esparcida sobre el papel sea el expresar mis burdos pensamientos los cuales entorpecen mi intento de vida.

Soy malo para creer en algo que no existe, - tal vez por eso no estoy dentro de una de tantas creencias-, sera por ello las especulaciones de estas tentativas al deambular sin ninguna meta en particular.

Incluyendo a esos objetos de mi mente sin definir las ideas que se encimaron  al pasar a lado de un restaurante.

Ver frente a mi, este nítido cristal el cual es una simple abertura de lo que pude llegar a tener si las circunstancias hubieran sido diferentes.

Si, posiblemente todo me sabría diferente, aquí en parís y no tendría que estar a la deriva paseándome entre los muertos, los difuntos que ya  no viven, al menos no en este mundo.

A veces, cuando voy a la mitad de la botella del corriente licor que logro conseguir, estar en medio del cementerio no trae ningún temor , ni un recuerdo, ni un delirio fuera de lugar. Aparenta el mundo y mi razón conspirar en contra mía para rememorar las faltas cometidas en el pasado.

Amor - si es que alguna vez exististe - recuerda que todo mi corazón iba a ser para ti....



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